Una hora y trece minutos de vuelo es, para el dragón medio, un paseo. Salvo que le toque esquivar flechas, insultos y limonazos arrojados por una caterva de gente sensata que no quiera que el dragón sea dragón, se oponga a que vuele y le exija que renuncie a sus alas y camine como los demás. Que es lo que tiene que hacer.
Y lo que nunca hará.
Así que dale al play y súbete a una colina, esquivando insultos y espadazos, con una limonada en la mano. Así podrás decir, tan contento, que... ¡Aquí hay dragones!