Durante la invasión de Rusia en 1812, el ejército de Napoleón enfrentó múltiples adversidades, entre ellas, un factor químico poco conocido: la desintegración de los botones de sus uniformes. Con temperaturas que alcanzaron hasta -30 °C, los botones se desintegraron, dejando a los soldados incapaces de abrochar sus abrigos y exponiéndolos al gélido clima ruso. Esta situación agravó la ya precaria condición de las tropas, contribuyendo significativamente a la derrota de la Grande Armée en territorio ruso.
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