Hitler lo creía invulnerable, el buque de guerra perfecto el más armado y veloz. Pero el Scharnhorst alemán, con 1968 hombres a bordo y nueve cañones de 28 centímetros, no lo era. Al menos no tanto como El Duque de York, al frente de la flota aliada que torpedeó el sueño marítimo del Tercer Reich.
Las 39 toneladas blindadas del Scharnhorst zarparon por última vez el día de Navidad de 1943, con el objetivo --Operación Ostfront-- de detener a un convoy de 19 mercantes ingleses cargados de munición, combustible y vehículos de guerra. El Jefe de la Marina de Guerra Alemana, el Almirante Karl Dönitz le había prometido el botín a Hitler. Y terminó brindándole al Fürher su propia muerte, la de 1.932 de su hombres, y una derrota en alta mar de la que Alemania no lograría recuperarse jamás.
El final del Scharnhorst resume en una hora las 96 que tardó el buque alemán en hundirse en aguas de la Isla de los Osos, fruto de una trampa aliada que no hubiera sido posible son la ayuda de la resistencia noruega. Ni los inusuales 32 nudos que era capaz de alcanzar el barco evitaron su caza, imposible sin la tecnología radar que permitió a El Duque de York, el Jamaica o cruceros como el Belfast o el Norfolk acribillarlo a torpedos a pesar de la distancia que los separaba. Y de la oscuridad que envolvió la considerada última gran batalla marina de la historia.