Como no era posible juzgar a Hitler por crímenes contra la humanidad, los fiscales de Nuremberg se concentraron en la segunda mejor opción, su lugarteniente, Hermann Goering. Goering había fundado la Gestapo y comandado la Luftwaffe. Había sido quien pidió a Heydrich, en una carta firmada, que encontrara una “solución final al problema judío”. Goering era inmensamente vanidoso. Poseía castillos y saqueaba obras de arte y trofeos de caza. Para celebrar el nacimiento de su hija, sobrevoló Berlín con 500 aviones y aseguraba que si hubiese sido un varón, hubiera utilizado mil. Estaba muy cerca de la cúpula central del Tercer Reich y tuvo una participación muy activa en el exterminio de los judíos y en la creación de la “Lebensraum”.
Asombrosamente, el primer grupo en capturar a Goering pertenecía a la SS. Hitler les había dado orden expresa de asesinarlo. Esto se debía a que Goering había tenido la osadía de sugerirle a Hitler que cuando éste estuviera incapacitado, él mismo debería asumir el control del Reich. Sin embargo, la SS no lo mató sino que lo trasladó hacia Bavaria desde donde intentó escapar. Los norteamericanos se hicieron cargo del caso y después de una persecución de dos semanas, finalmente lograron atraparlo. La vanidad de Goering lo hacía destacar. En 1945 se embarcó en un tren cargado de tesoros expropiados en Berchtesgaden, Bavaria. La mayor de las batallas tuvo lugar en el juzgado de Nuremberg, en donde increíblemente Goering rebatió los argumentos mostrando inconsistencias en las pruebas de los aliados y utilizando el humor para perjudicar a sus perseguidores.
Fue sentenciado a muerte pero el día anterior a la ejecución se las ingenió para suicidarse con cianuro. Cómo logró conseguir el veneno sigue siendo un misterio, aunque se han elaborado numerosas teorías.
Para entonces, su viuda, Emmy, continuaba viviendo en un pequeño apartamento de Berlín. Un tribunal le confiscó el 30 por ciento de sus propiedades y falleció en 1973.
Goering sigue siendo el principal ejemplo de todo aquello que los aliados hubieran podido hacer en el caso de haber llevado a los nazis a la justicia, ya que éstos hubieran terminado desacreditados y desamparados. Sin embargo, el proceso fue tan elaborado, demoró tanto tiempo y demandó tanto dinero que, tal y como demostró Goering, terminó resultando incierto. El asesinato resultaba más rápido y sencillo. El problema con éste era que, en retrospectiva, comprometía moralmente a los cazadores.