En 1824, un excéntrico geólogo inglés describió los primeros restos fósiles de un dinosaurio, lo que generó una fiebre por encontrar más de esos restos, empresa que detonó una verdadera guerra entre dos paleontólogos en EEUU. De vuelta en Europa, el afán por encontrar en ese continente restos de humanos antiguos sufrió dos golpes: el engaño y la desilusión. La historia termina con un niño que murió hace dos millones y medio de años atrás muy probablemente por no haber mirado hacia arriba suficientemente rápido.