Durante días, mi tío estaba cada vez peor. Casi no comía ni se movía de la cama. Llamamos a los médicos en más de una ocasión, pero nos decían que no tenía nada, solo un poco de presión arterial. Eran 4 médicos distintos quienes lo vieron, y ninguno encontró algo. Pero yo lo veía cada peor, se notaba en lo pálido de su rostro, en lo cansada de su mirada, lo poco que comía y su forma moribunda de caminar. Algo le pasaba y no era normal. Mi madre tuvo que venir a casa para ayudarme con él, ya que yo no estaba en todo el día por mi trabajo. Ella también lo notaba muy desmejorado, creía que algo le pasaba y no comprendía como los médicos lo ignoraban. Yo pensaba lo mismo que ella, pero si los médicos no querían ayudarlo no podíamos hacer otra cosa.
Una noche llegué tarde a casa, mi madre me estaba esperando, mi tío apenas había comido algún bocado. Ya había perdido más de 10 kilos en los últimos 10 días...
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