—¿Quién te crees que eres? —preguntó La Santa Muerte sin mover su calavera.
Intenté hablar, pero me ahogaba en el pánico.
—Conoce tu lugar, no soy tu mascota, ¿cómo puedes quitarme algo para cumplir tus caprichos? —. Dijo La Santa Muerte.
Quise disculparme, pero las palabras no salían por mi boca. La Santa Muerte se acercó a mí. Permaneció en silencio por un buen momento. Sentía un viento gélido a su alrededor que me erizaba. Comencé a llorar por los nervios, ella se quedaba allí observándome con sus ojos vacíos. Me mantuvo en suspenso por mucho tiempo. No sé cuánto pasó, si fueron tres minutos o media hora. Lo cierto es que estuve ahí torturándome solo con su siniestra presencia. La Santa Muerte acercó su mano huesuda a mi pecho, apoyó su dedo índice cerca de mi corazón. Sentí cada una de las venas de mi cuerpo arder y perdí el conocimiento.
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