—Mijo, las armas las carga el diablo —dijo el hombre.
Jamás olvidaré su voz densa y profunda. Parecía locutor de radio.
Entre ambos ladrones se observaron, y uno de ellos apurado atacó al hombre con un culatazo en la frente. Se escuchó el sonido seco del impacto contra el hueso, pero el hombre estaba allí, inmutable como una estatua. Como si el golpe fuese regresado a su agresor, el ladrón se desplomó
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