Eran ya como las una de la mañana ya cuando decidimos descansar un poco, dejamos las cañas clavadas en la orilla y nos sentamos alrededor de la fogata que habíamos encendido; media hora después, Augusto se acercó para revisar si algún pescado había mordido el anzuelo, pero ni bien estuvo ahí dió un grito pidiendo que fuéramos rápidamente para ahí. Quedamos anonadados al ver que las tres cañas tenían las tanzas amarradas entre sí, evidenciando que alguien las había atado ya que no había otra manera de explicarlo; pero lo más turbio fue ver que, de los peces que ya habíamos pescado y guardado dentro de una canasta, ahora faltaban varios y los que aún quedaban estaban totalmente destrozados...
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