Debía de fingir que no sabía nada, pero tampoco debía de caer en la trampa.
Me sentía entre la espada y la pared. Lorena tenía el cuerpo de una muñeca de porcelana. De verdad que era sexy y eso dificultaba no mirarla. Aun así, me contenía, no quería caer en su juego. Pocos días después, mientras jugaba al indiferente, Lorena llegó con una alegría especial que me pareció sospechosa. Nos entregó a cada uno de nosotros una pequeña bolsa de regalo. A mí me tocó una pulsera. No supe cómo reaccionar porque no esperaba nada bueno de ella. Lorena tomó la pulsera y la colocó en mi muñeca derecha con mucha delicadeza. Luego me sonrió y besó mi mejilla. Mi padre y Mónica se veían muy alegres, entendían que esto era una especie de tregua. Solo supe responder con un incómodo gracias
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