Me puse nervioso y respondí que sí, aunque mi mandíbula temblaba por los nervios. La señora pasó delante de mí para guiarme hacia el aire acondicionado, y cuando avanzo hacia delante, al dar dos pasos siento que algo me toma del abrigo y me detiene. No había nadie detrás de mí más que aquella estatua. Solté la caja de herramientas y la escalera, cubrí mi rostro y agaché mi cabeza, estaba realmente asustado. Imaginaba que La Santa Muerte me estaba por llevar. La señora se colocó frente a mí, trató de calmarme.
—Tranquilo, es un malentendido —dijo ella —. Entraste muy nervioso, solo pide disculpas.
Seguía sintiendo como algo me jalaba del abrigo hacia atrás como si yo no debiera de entrar. La presión en mi prenda era clara, aunque no podía darme cuenta si era una mano o no
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