Al otro día, antes de cenar, me dispuse a limpiar todo el tiradero que había dejado. Noté que en uno de los platos había cuatro líneas marcadas como si alguien le hubiera pasado los dedos. Me pareció curioso, no recordaba hacerlo y asumí que por el suelo yo había pasado la mano de esa manera, así que resté importancia. Mientras limpiaba todo, escucho la puerta del refrigerador cerrarse con brusquedad, me giré por reflejo pensando que mi abuela había llegado y que dejé la puerta del refrigerador abierta. Esa fue la idea que tuve en ese reflejo por así decirlo. Pero no, no había nadie. Tampoco recordaba dejar la puerta del refrigerador abierta. Uno de los gatos estaba sentado frente al refrigerador, no le quitaba la mirada de encima. Analicé de qué manera él pudo abrirla, porque era la única explicación que mi mente desarrollaba. Todo se volvió intenso cuando el gato se erizó y lanzó ese maullido especial de cuando se enojan. Tomé al gato para tranquilizarlo, se veía asustado
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