Cada dos o tres días, un hombre llegaba a casa para ser presa de mis deseos. Ninguno de ellos lograba satisfacerme por completo, pero, aun así, la pasaba muy bien. Fueron tres meses de una mezcla de placeres, perfumes y pieles. Los regalos me sobraban, las invitaciones a salir también, incluso alguna propuesta más formal. Cuando encontré un chico con el que creí que podría entablar una relación seria, creí que sería el momento de encarar con algo serio, aunque todo se vino a pique. Marcelo era un buen partido. Hombre apuesto, con buen trabajo, educado y de buena familia. Lo tenía a mis pies, todo lo que quería me lo conseguía. Le permití entrar a mi vida y comenzó a quedarse en casa, pero las cosas se volvieron incómodas
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