La sangre me hervía de ira. Quería muerta a María. Allí, le pedí que le hiciera un trabajo para hacerle daño. Deseaba castigarla por meterse entre nosotros. María nos conocía ya como pareja, y se metió en el medio a arruinarlo todo. La mujer me observó con recelo. Me preguntó si estaba segura, advirtiendo que cualquier daño que enviara se me podía regresar.
—Con cortar estos trabajos no le va a pasar nada. No realizó un mal directo. La devolución que tendrá será que su relación con Antonio se enfriará —me explicaba la señora —. Yo no recomiendo atacarla. Déjala que se ahogue en su miseria.
Le hice caso de momento. Cortó los trabajos, y con el correr de los días mi relación con Antonio volvió a florecer. Todo iba bien, hasta que el grito de Antonio me despertó en la madrugada. Se sentó en la cama sujetándose la cabeza. Aterrada, le pregunté que le pasaba, pero no lograba responderme. Tenía los ojos enrojecidos y llorosos. No puedo olvidar como comenzó a
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