San Agustín era un pueblo muy unido, y todos nos queríamos tanto, íbamos a misa, nos preocupabamos de los demás, en fin buenas personas.
Pero un mal día llegó un hombre con una carreta y dos caballos negros y hermosos jalandolo, su conductor, un hombre de negro con mirada perdida y boca de serpiente, envenenó a todos aquí, empezó a decir que tenía la pócima del siempre vivir, la pócima que haría que la misma muerte se alejara de este pueblo, y que nunca nadie moriría, que a los enfermos los curaría y que a los ciegos haría ver y a los inválidos aria caminar, un hombre que hablaba como si el mismo Dios hubiera bajado del cielo y nos hubiera venido a iluminar con ese ser que nadie conocía...
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